Las dos últimas semanas de entrenamientos han sido
un poco diferentes de lo habitual. Por un lado debía conseguir recuperarme del
triatlón olímpico de la Garmin del pasado 21 de junio en Barcelona, pero por
otro tenía que conseguir llegar en óptimas condiciones al Half Ironman de
Lauragais en el que he participado este domingo 5 de julio.
Al final se trata de aplicar una mezcla de
plan de entrenamiento, sentido común y saber escuchar lo que te dice el cuerpo.
Lo agitas todo bien y al final siempre sale un coctel con unas sesiones
perfectas para entrenar.
Y al final llegó la guinda del medio Ironman.
La última gran etapa antes de lanzarme ya de cabeza en la preparación final
para el Ironman de octubre. Escogí el Half de Lauragais por varias razones. La
primera que por fechas encajaba con mi plan de enternamiento, la segunda que
estaba relativamente cerca de casa y podía ir en coche (está a 350 kilómetros
de Sant Cugat, en la localidad de Nailloux, a poco más de 30 kilometros de
Toulouse) y finalmente porque por condiciones, era un triatlón lo
suficientemente duro, debido al fuerte desnivel en el segmento de la bicicleta,
como para que fuera una comprobación fiable de mi estado de forma real, ya como
último test hasta
el Ironman.
Si una prueba como esta, un medio Ironman, con
1,9 Km de natación, 90 km en bicicleta y 21 km corriendo ya es de por si
exigente, en esta ocasión fue durísima porque al desnivel de la montaña que ya
esperaba en la bicicleta, tuvimos que añadir unas rachas de viento muy fuertes y
un calor por encima de los 32 grados, que hizo incluso que la organización, por
seguridad, eliminara una de las 4 vueltas de la carrera a pie, dejando el
último segmento en 16 kilómetros.
El entorno era genial, de típica campiña
francesa. La natación era una vuelta completa al espectacular lago de
Thésauque. La bicicleta, dos vueltas a un circuito que por poco no llegaba a
los 90 kilómetros entre campos de trigo y girasoles, atravesando varios pueblos y animados
en todo el recorrido por un montón de gente, sentados en las puertas de sus
casas, haciendo sonar campanas y cencerros a nuestro paso y arropados y
cuidados por los voluntarios de la organización. Te hacían sentir como un
corredor del Tour de Francia. Sin palabras. Y para rematar, los 16 kilómetros
en que se quedó la media maratón y que los recorrías dando tres vueltas al lago
en un entorno sencillamente increíble. Eso sí, increíble a pesar de los 36
grados con los que acabamos corriendo hasta la entrada en meta.
Pero lo mejor de todo, el poder contar con mi
mujer y mis hijos en todo momento. Deseándome suerte antes de que sonara la
bocina y saltara al agua, empujándome con sus ánimos al salir del lago y montar
en la bicicleta. Pero sobre todo, lo que me hizo volar al final, fue cuando, ya
corriendo, con el cansancio acumulado y el terrible calor que nos azotaba, la
cabeza me pedía parar. Entonces los vi en la primera curva, con los brazos en
alto esperando a que pasara a su lado para animarme. El tenerlos “empujándome” a
cada vuelta alrededor del lago fue determinante. Las fuerzas ya no eran las del
principio, el calor apenas me dejaba respirar, pero pasar a su lado, escuchar
sus voces, sus gritos de ánimo, chocar las manos de mis hijos, dar un beso a mi
mujer y resumiendo, sentir su aliento en todo momento, hizo que consiguieran lo
que no esperaba: realizar todo el último segmento sin caminar ni un solo metro,
corriendo a una media de unos 6 minutos el kilómetro a pesar de lo que ya
llevaba en el cuerpo y de que el calor tan asfixiante convirtiera cada paso en
un suplicio. Me quemaba el aire en los pulmones. Las piernas pesaban cada vez
más. Y a pesar de ello, empecé a adelantar a otros corredores y me sentí con
fuerzas renovadas. Ellos me llevaron en volandas hasta la meta. Esa meta que me
ayudaron a cruzar mis hijos. Con ellos en brazos y mirando al cielo, dedicando
la carrera a mi padre como siempre, crucé el arco de llegada en 5 h y 43
minutos. Exhausto, agotado, pero feliz por tener a mi familia conmigo.
Como siempre, mis éxitos son sus éxitos y son
los únicos responsables de que pueda afrontar un reto como este. Ellos ya lo
saben, no hace falta que se lo repita, pero ahora y siempre, ¡Gracias!, sois la
fuerza que me hace dar una brazada tras otra, empujar un pedal tras otro, dar una
zancada tras otra. Sois mi vida y os quiero mucho. Esta aventura solo tiene
sentido con vosotros a mi lado.
Ahora ya solo nos queda el final del viaje. Lo encaro con más ilusión y fuerza que al empezar.
¡ Vamos a por ello !
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