domingo, 11 de octubre de 2015

Cumpliendo un sueño - parte 2. I AM AN IRONMAN !!!

El despertador sonó puntual, pero yo ya hacía rato que estaba despierto. Pude dormir, pero entre el susto del día anterior con la bicicleta y los nervios imagino que naturales del día de la prueba, me desperté muchas veces.

Bajamos a desayunar a las seis y media. Ya había atletas haciéndolo. Además coincidió que en nuestro hotel se hospedaron los jueces de la federación española de triatlón, lo cual le dio un toque aún más pintoresco al desayuno. Podías respirar triatlón allá donde fueras. Desayuné bien pero ligero. Tres tostadas de pan con aceite de oliva y tomate y dos plátanos. No quería ir pesado, pero tampoco con sensación de hambre.

Hacia las siete de la mañana nos dirigimos a boxes. Debía revisar la bicicleta por última vez, poner los geles y los líquidos isotónicos. Una marea de atletas se dirigía hacia allí. Los nervios por lo desconocido se mezclaban por el ansia de saltar ya al agua y comenzar a nadar. Estaba ansioso, emocionado, … mil emociones se entremezclaban dentro de mi.

Una vez dejé la bicicleta preparada y vi que todo estaba correcto, me puse el neopreno y ya prácticamente con el tiempo justo para la salida, me dispuse a colocarme en mi cajón de salida. Este año la salida era continua por tiempos esperados de finalización. Yo en mi caso, me coloqué en el cajón de los que esperaban acabar entre 1h15’ y 1h20”. Me despedí de Elisenda y esperé junto al resto de competidores el momento del inicio del Ironman. Y así, puntualmente, a las 8h45’, sonó la bocina de salida. Ya no había marcha atrás. Tardé casi diez minutos más en saltar al agua desde que sonara la bocina de salida. Eramos más de 2600 personas que teníamos que saltar al agua y llevaba su tiempo. Pero llegó mi turno.

Cuando pasé bajo el arco de salida que registraba mi paso por el inicio de la competición, todos mis nervios y dudas desaparecieron. La incertidumbre se tornó seguridad. De alguna manera, sentí que el enorme trabajo y esfuerzo que había realizado me iba a ayudar. Había entrenado muy duro y estaba dispuesto a demostrarlo.

Salté al agua como una exalación. Había mucho oleaje y aprovechando una ola que acaba de romper contra la arena, me tiré de cabeza buscando un hueco que me permitiera iniciar el segmento de la natación. Sin entrar en demasiados detalles, me fue genial. Las sensaciones inmejorables. No sentía dolor. Conseguí coger una cadencia de nado muy buena desde el principio. Y eso a pesar de que el mar estaba bastante revuelto. La parte positiva fue que en la ida, el oleaje nos ayudaba. En el retorno, en los últimos 1.800 metros el oleaje nos daba de cara y nos frenaba. Pero sabía que el final estaba cerca. Me sentía muy fresco, muy fuerte. Adelantaba a muchos nadadores y eso hizo que me animara más aún. Prácticamente sin darme cuenta di el último giro a los 3.600 metros para encarar la salida del agua. Podía ver el arco de transición y la multitud de personas que nos esperaban gritando y animando. Indescriptible. Aceleré. En poco más de un hora y veinticinco minutos salí del agua. No sin ayuda. Las fuertes olas no nos dejaban salir. A mi me intentó ayudar un voluntario de la organización y justo cuando me fue a coger del brazo, una ola me enganchó y me tiró de nuevo hacia el mar. Estás tan cansado que no tienes fuerza para resistirte. En ese momento sentí como los brazos de ese voluntario me cogieron en volandas y me sacaron prácticamente de un golpe del agua. Es encomiable la labor de los voluntarios en estos eventos y no hay palabras para agradecerles todo su trabajo.

Y así, feliz como no imaginaba que saldría del agua, fui corriendo hacia la transición de la bicicleta. En la arena me esperaban Elisenda, Victor que no esperaba verle animándome y Eric con su hija Anna, mi niña. Subidón. Salí bien del agua, pero ellos me hicieron volar.


Paso al área de transición. Cambio el neopreno por el casco y las zapatillas de la bicicleta. Salgo hacia la bicicleta, la cojo, corriendo hacia la salida de boxes y monto en ella. Empecé con cautela, rápido pero sin darlo todo. Era consciente que aunque me sentía bien, quedaban muchas horas por delante. Esto no había hecho más que comenzar. Dos vueltas entre Calella y Mongat y una más corta entre Calella y Sant Andreu de Llavaneras completaban los 180 kilómetros del circuito. La primera vuelta fue estupenda. Iba fuerte. Con una media por encima de lo que esperaba de algo más de 30 km/h y con la ilusión del que ve que todo está saliendo mejor de lo que esperaba. Especialmente con la bicicleta. Tras el susto del día anterior, no había podido volver a probarla e iba con algo de inquietud por si surgía algún otro problema. Pero no, todo estaba perfecto. En poco más de dos horas y media me platé de nuevo en Calella para inciar la segunda vuelta. Antes había visto en Masnou a mi primo Ramiro y su hijo que me esperaban para animarme. Inyección de moral brutal. Y en Calella todo mi grupo de supporters me recibieron gritando y animando de una forma inimaginable. Elisenda, mis hijos Ainara y Aitor, Mis suegros, Jordi, María, Eric y Anna, Pau y Laia que son como mis sobrinos. Cuando los vi, ya iba rápido, pero entonces puse la sexta en la bicicleta. Les saludé en la última rotonda de Calella y tras dar la vuelta salí como una exhalación de nuevo hacia Mongat. Y poco después de este momento, cuando todo parecía perfecto, cuando no tenía ningún problema ni físico ni mecánico, me vino el primer bajón del IRONMAN. Por fin hacía acto de presencia… No se porqué. No hubo ningún motivo aparente para que ocurriera. Además, en el momento que menos me esperaba porque apenas llevaba 90 kilómetros en la bicicleta y era el segmento en el que más cómodo me sentía. Empecé a pensar en todo el tiempo que me quedaba por delante y me vine abajo. Me entró un desánimo brutal. Sentí que las fuerzas me abandonaba. Que no sería capaz de finalizar. Empecé a pensar que qué hacía yo allí. Que quien me mandaba meterme en esos jaleos… Y es que eso es parte del IRONMAN. Si alguien piensa que puede pegarse más de doce o trece horas machacando cuerpo y mente sin que eso pase factura está equivocado. Entonces, como un resorte, todos los mecanismos y estrategias que había preparado por si algo así me pasaba, se activaron automáticamente. Pensé en mi padre y en qué esto lo hacía por él. Pensé en mi mujer y en mis hijos  y en todo lo que me habían ayudado y en lo que se habían sacrificado por mi. Pensé en mi madre, en mi hermano, en mis amigos que habían venido con sus hijos solo para animarme. No podía defraudar a tanta gente. Y sobre todo, no podía defraudarme a mi mismo. Había venido al IRONMAN a sufrir, lo sabía. Pero sobre todo a disfrutar. Había venido a pedalear. Y eso es lo que pensaba hacer. A pesar del cansancio y del desánimo, apreté los dientes, los riñones, me puse de pies en la bicicleta y empecé a apretar. Y el momento de crisis pasó. A partir de ahí sufrí mucho, muchísimo en la bicicleta. Más de lo que hubiera imaginado. Pero conseguí superar la situación. Y me sentí orgulloso por ello. Era parte de la prueba, sabía que eso ocurriría tarde o temprano. La sorpresa para mi fue que ocurrió donde no me lo esperaba. Pero, ¿quien puede preveer y planificar al milímetro un IRONMAN?


Así y tras seis hora y medias, acabé por fin el segmento de la bici.

Al dejar la bici no podía apenas caminar. Me preguntaba cómo sería capaz de correr así, pero… no había excusas. Tocaba correr, y correr es lo que iba a hacer. De nuevo hacia la carpa de transición. Descolgué la bolsa de la parte de running. Me quité zapas y casco y me puse las bambas y la gorra. Me puse el dorsal hacia delante. Saludé y deseé suerte a mi compañero de banco, y salí corriendo de la carpa. Allí me esperaba ya mi hermano Rubén. Nueva inyección de adrenalina. Subidón. Tenía las piernas como dos troncos, pero fue verle y de nuevo me sentí con energías renovadas. Es increíble el poder de la mente. Donde el cuerpo dice basta, la mente es capaz de engañarle y que siga mucho más de lo que pudieras imaginar.

Y así comencé la maratón. Me esperaban por delante más de 42 kilómetros.  Cerca de 5 horas en el mejor de los casos para alcanzar la gloria. Empecé a correr y ya en los primeros metros me di cuenta de que no iba a ser un paseo. El dolor de la cadera que no había aparecido ni en el agua ni en la bici, hizo acto de presencia. Un fuerte pinchazo en la cadera y en la ingle me recordaba a cada paso que no iba a ser fácil. Pero no estaba dispuesto a rendirme. Sabía que no era una lesión grave, que era una simple sobrecarga, y que el dolor solo estaba en mi cabeza. La clave era conseguir un ritmo que me permitiera correr y soportar el dolor a la vez. Y así lo hice. Conseguí coger un ritmo de 7', 7.5', 8 minutos por kilómetro. Cómodo pero a la vez lo suficientemente rápido como para acabar la maratón en un a tiempo digno. Y al contrario que con la bici, comencé a disfrutar como un enano.


Es difícil de explicar como tras ocho o nueva horas de dura lucha contra tu cuerpo y contra tu mente, de cansancio extremo y de dolor continuo, y con la expectativa de que alargarías ese suplicio otras cuatro o cinco horas más, podrías disfrutar. Pues así es. Disfruté como un enano. Sabía, que si mi cadera aguantaba, el IRONMAN lo tenía a tocar con la punta de mis dedos. Y decidí planteármelo así. Cada vuelta sería un disfrute. Les puse nombres. La primera la del “reconocimiento”, la segunda la de la “monotonía”, la tercera la de “la cuenta atrás” y la última, esa fue genial, a la última la llamé la de “la gloria”. Los kilómetros cercanos a la meta eran una gozada. Miles de personas animándonos te llevaban en volandas. Era imposible no correr. Sentías su aliento en cada paso. Cada palmada de cada niño era una inyección de energía. Y cuando veía a mi gente… uffff, eso era indescriptible. El mejor momento fue cuando en la primera vuelta me encontré a todos mis niños y paré para chocarles la mano uno por uno. Creo que ese momento fue el primero en qué fui consciente de que lo conseguiría. ¿Cómo no lo iba a hacer teniéndolos allí? Vamos, aunque hubiera sido arrastrándome hubiera entrado en meta por no defraudarlos. Aunque no sería necesario.

Y así, vuelta a vuelta, paso a paso, llegó el momento de encarar la última recta hacia la meta. En cada giro de cada vuelta pasabas al lado del arco de llegada, del acceso final que tenías que coger para encarar la recta a meta. No se si por superstición, o por qué motivo, no quise mirar en ningún momento ni la meta ni el acceso final a ella. Miraba al suelo y seguía hacia delante. No quería ver que aún no había llegado mi momento de entrar en meta y venirme abajo... Ahí es donde te das cuenta que el IRONMAN es una prueba 20% física y 80% mental. A partir de las 3 o 4 horas ya estás agotado. Entonces es cuando has de creer que puedes seguir aunque tu mente no dejará de intentar hacer que abandones. Cualquier excusa será buena para ello. Pero tú has de luchar y sobreponerte. Y lo logras. Vayas si lo logras...

Pero al fin me había tocado a mi. Iba muy bien. En la última vuelta los atletas estaban destrozados. La mayoría ya caminaban. Y yo conseguí dar incluso la última vuelta sin dejar de correr. Eso me dio un ánimo y una energía brutal que se reflejó en mi llegada. 100, 50, 25 metros… por fin encaro la última curva. Ya no vuelvo a dar otra vuelta. Ya encaro la llegada. Ya piso la alfombra roja. Acelero, ya estoy en la recta final. El speaker dice mi nombre, le choco los cinco, la gente a mi lado me anima, me aplaude.


Las luces de la llegada me deslumbran. Busco a Elisenda pero no la encuentro. Apenas me quedan 15 metros para cruzar la meta y entonces, les oigo primero y les veo después. A mi derecha saltan como un resorte, primero vi a Jordi al que oí gritar, luego a Elisenda aplaudiendo y a mi hermano detrás con una sonrisa de oreja a oreja…. Y me dejo ir.


Toda la tensión, todo el dolor, todo el sufrimiento, toda la alegría, todos los miedos, inseguridades, incertezas, toda la presión, toda la ilusión, toda la felicidad, todo saltó por los aires. Empecé a saltar, a gritar, a darles las gracias. Todos mis músculos se pusieron en tensión para decirles que lo había conseguido. Mis gritos eran de agradecimiento por que sin ellos no hubiera podido conseguirlo. Miré arriba para decirle a mi padre que por fin lo había conseguido, que era un IRONMAN.


La rabia que sientes en ese momento es indescriptible, sale de ti como una fiera a la que liberas tras estar mucho tiempo enjaulada. Y entonces llega la felicidad absoluta.

La sensación al cruzar la meta del IRONMAN, al menos para mi, solo la superó el nacimiento de mis hijos.

Y el resto es historia. Tras cruzar la meta y recibir la tan ansiada medalla, fui corriendo, bueno, eso es una forma de decirlo porque no podía ni caminar, hacia la salida de la zona de llegada para besar y abrazar a Elisenda. Y fundirme en otro abrazo con mi hermano y Jordi.

Lo demás, os lo podéis imaginar. Cansancio y felicidad a partes iguales. El regreso a casa con la sensación de que es imposible que ya se hubiera acabado. Y sobre todo, sensación de gratitud. A tanta y tanta gente que ha estado pendiente de mi. Y que no han dejado de ayudarme. No solo durante los meses de entrenamiento sino durante la carrera en que se formó una verdadera hinchada que durante todo el día estuvo pendiente de mi y de animarme a través del móvil. Yo no lo supe hasta acabar la carrera pero fue increíble como toda mi familia y todos mis amigos, la mayoría que no se conocían entre ellos, se aliaron en una comunión difícil de explicar para seguir mi evolución durante todo el IRONMAN y especialmente empujar todos juntos durante el último segmento de la maratón. Así hasta mi llegada en que todos se felicitaron y me felicitaron por mi éxito. Mi éxito que es su éxito. No me cansaré de decirlo, empezando por mi mujer y acabando por el último de mis amigos,  pasando por mi madre, hermano, suegros, cuñado, .... sin todos ellos jamás hubiera conseguido esta hazaña. No supe de todos sus mensajes y ánimos durante la carrera. Pero pueden estar seguros que los sentí y me llevaron en volandas durante toda ella. Y desde aquí también un saludo y un abrazo de gratitud a las personas de televisió del Maresme, especialmente a Marta, que consiguieron que este sueño haya sido un poco más especial aún.

MUCHAS GRACIAS A TODOS.

Papá, lo conseguí. Espero que estés orgulloso de mi.

Y al resto, nos vemos el próximo 5 de junio del año que viene en mi siguiente reto: IRONMAN NIZA 2016.


¡¡ Hasta pronto !!

Cumpliendo un sueño - parte 1. Preparándome para la carrera


Ya ha pasado una semana desde que cruzara la meta del IRONMAN de Barcelona 2015 y aún me sigue pareciendo un sueño. Es curioso qué lejos se ven los sueños de hacerse realidad, y cómo una vez que lo consigues, siguen pareciendo en parte irreales. Como si siguieran siendo eso, un sueño más allá del recuerdo y de la conciencia de que ha sido real, de que lo has conseguido, de que crucé la meta del IRONMAN, de que soy Finisher. Pero es real, ya lo creo que lo es…

La semana previa al IRONMAN fue muy dura. Mis dolores de cadera se debían a una sobrecarga del glúteo y del recto. Con la ayuda del trauma y de un fisioterapeuta, intentamos conseguir que pudiera llegar al día de la competición con el menor dolor posible. Una sesión de fisioterapia e inyecciones diarias de vitamina B para relajar la musculatura hasta el mismo día del IRONMAN me ayudaron. Reduje el nivel de entrenamiento de la semana previa a prácticamente descansar. Y no llegué sin dolor, pero la situación era mucho mejor. Eso si, llegaba con un temor añadido, y era como respondería mi cadera durante todo el día de la competición. Si ya me dolía simplemente al girarme en la cama, ¿cómo iba a conseguir nadar 4 kilómetros, ir en bicicleta 180 kilómetros y correr 42 y encima a un nivel de intensidad medio-alto? Sinceramente, estaba cagado de miedo. Después de más de medio año de mucho trabajo, de sacrificio personal y familiar, económico … ¿cómo podía irse todo al garete por un dolor cinco días antes del IRONMAN? Era algo que me quitó el sueño cada día hasta el mismo momento de saltar al agua el domingo.

Así llegué al viernes donde comenzó la fiesta de los atletas en Calella. Era el día de la pasta party. Con Jordi y Eric, mis compañeros de batallas deportivas y amigos inseparables, fuimos a disfrutar del ambiente y a recoger mi dorsal. Ahí empezó el fin de semana de la competición. El ambiente era increíble. Atletas de más de 60 países, Sudáfrica, Israel, Uruguay, USA, Australia … con especial mención a México que con más de 150 atletas, no solo era uno de los países que más atletas concentró sino que con su simpatía y alegría nos contagió a todos de las ganas por que llegara cuanto antes el momento de saltar al agua. Disfrutamos de la presentación de la organización, de la cena de bienvenida y de la compañía del resto de los atletas que en un ambiente muy internacional, te hacía sentir parte de algo muy grande.

Esa noche regresamos a casa y no sería hasta el día siguiente, el sábado, que no volvería a Calella con Elisenda, mi mujer, ya para quedarnos todo el fin de semana. Al llegar a Calella, lo primero fue dejar las cosas en el hotel. Descargamos bolsas, bicicleta y fuimos a ver el ambiente de la Expo del Ironman y asistir al briefing de la organización donde nos explicarían los puntos más relevantes a tener en cuenta durante la competición.

Y además, durante la mañana del sábado viví uno de los momentos más especiales del fin de semana. La televisión del Maresme, que era quien de forma oficial retransmitía el evento y enviaba la señal a la organización de IRONMAN para que esta a su vez la ofreciera en streaming para todo el mundo, querían hacerme una entrevista. Habían visto este blog y estaban interesados en mi historia, en mi motivación para hacer el IRONMAN, y en cómo mi padre era el motor principal de esta aventura. Fue toda una experiencia. Muy bonita. Estaré siempre agradecido a Marta Mestre y al resto de sus compañeros de televisión del Maresme por hacerme vivir una experiencia tan interesante. No hizo más que hacer más grande aún lo que iba a vivir.

Tras el briefing, paseo por la zona de llegada, visita al arco de meta y a comer. Debíamos dejar la bicicleta en boxes entre las 14:30 y las 18:30. Al acabar de comer fuimos al hotel a preparar las bolsas que había que dejar junto con la bici en la zona de transiciones. Antes de dejar la bicicleta quise ir a dar una vuelta con ella para probarla y asegurarme que todo estaba correcto… pero no lo estaba. La idea era ir de Calella a Sant Pol y volver. Apenas 10 kilómetros para probar frenos, cambios, neumáticos… y  al llegar a Sant Pol, dar media vuelta y regresar dirección Calella, algo pasó con mi cambio. En una subida, al intentar bajar de piñón, el cambio se me bloqueó. Y comenzó el desastre. La maneta de cambio apenas se movía, y aunque lo hiciera, tampoco me cambiaba de piñón. Algo pasaba. No me lo podía creer. Quedaban poco más de dos horas para cerrar boxes y estaba a 4 kilómetros de Calella con el cambio roto y sin saber qué hacer. Intenté mantener la calma y pensar qué hacer porque no tenía mucho margen de tiempo. Por suerte, la organización tenía puntos de asistencia donde ayudaban a los atletas si tenían algún problema con las bicicletas. Como pude, no sin problemas, me dirigí al punto que había de asistencia cerca de la meta. Tardé como unos veinte minutos y al llegar… había dos personas delante de mi. Comenzaba a desesperarme. Pasaban los minutos y seguía sin creerme que esto me estuviera pasando a mi. Finalmente, y a poco más de una hora de cerrar boxes, sobre las cinco de la tarde, el mecánico me cogió la bici. El diagnóstico era claro. Rotura del cable del cambio. De entrada respiré tranquilo. Parecía algo sencillo de arreglar. Aún estaría a tiempo de dejar la bicicleta en boxes… pero el destino quería seguir teniéndome en vilo… Resulta que el cable se rompió por el peor de los sitios, cerca del tope del cable que se mete en la maneta, y lo que al principio parecía coser y cantar se convirtió en una batalla entre el mecánico y mi bicicleta. Sin entrar en detalles, hubo un momento en que el mecánico se veía incapaz de sacar un trozo de cable del interior del mecanismo, lo cual impedía poner el cable nuevo y arreglar el cambio. Ahí me vi fuera. Quedaban 30 minutos y solo un milagro podría arreglar aquello. Pensar que todo el trabajo de siete meses podía irse al traste por un cable de 2 euros me parecía una broma de mal gusto. Pero así era. Y justo cuando todo parecía perdido, cuando ya empezaba a asumir que este fin de semana no sería el de mi debut en un IRONMAN, el puñetero trozo de cable roto saltó de la maneta. ¡No me lo podía creer! Le cambió la cara incluso al mecánico. Y a partir de ahí, el sol salió en Calella… En menos de cinco minutos tenía la bicicleta arreglada. Nunca podré agradecer suficientemente el esfuerzo que hizo aquel hombre en mi bicicleta.

Con la bicicleta arreglada, salí disparado hacia el hotel para recoger las bolsas y llevarlas con la bicicleta a boxes. Me quedaban apenas 30 minutos. Al llegar al hotel, Elisenda me esperaba pensando que me había pasado algo en la carretera. La pobre me esperaba en quince minutos. Tardé hora y media.

Suerte que tenía todo preparado. Cogía las bolsas, un beso a mi mujer y como alma que lleva el diablo salí disparado hacia boxes. Solo eran un par de kilómetros, si llegaban, pero se me hicieron eternos. Entraba en el campo de futbol de Calella a las 18:10. Con solo veinte minutos antes del cierre de boxes. Pero allí estaba. Feliz. No podría describirlo de otra manera. Hubiera sido muy cruel no poder participar por un problema mecánico del última hora. Lo positivo es que me ocurrió el sábado. Si no hubiera probado la bicicleta, me hubiera ocurrido seguro nada más comenzar con la bicicleta el día del IRONMAN… y eso si hubiera sido un desastre.

Así entré en boxes, con el susto aún en el cuerpo pero muy contento. Disfruté de la liturgia de dejar la bici en la percha, cubrirla con la bolsa de plástico para protegerla de la humedad de la noche y de colgar las bolsas de las transiciones en la carpa de transición.

Tras ello, recogí a Elisenda y nos fuimos a cenar. El ambiente en Calella era increíble. Toda Calella estaba invadida de los atletas y de sus familiares y amigos. Las tiendas engalanadas con banderas con el logotipo del IRONMAN. Los atletas con las mochilas, camisetas, sudaderas de la prueba... Miraras donde miraras tenías claro a qué habías ido a Calella ese fin de semana. Y así, con un buen plato de pasta en el cuerpo y la compañía de la persona más maravillosa del mundo, acabó el día.

En el hotel, dejé todo preparado para el día siguiente, me di un baño de agua bien caliente para intentar relajarme y puse el despertador a las 6 am… y a dormir.