Ya ha pasado una semana desde que cruzara la meta del IRONMAN
de Barcelona 2015 y aún me sigue pareciendo un sueño. Es curioso qué lejos se
ven los sueños de hacerse realidad, y cómo una vez que lo consigues, siguen
pareciendo en parte irreales. Como si siguieran siendo eso, un sueño más allá
del recuerdo y de la conciencia de que ha sido real, de que lo has conseguido,
de que crucé la meta del IRONMAN, de que soy Finisher. Pero es real, ya lo creo
que lo es…
La semana previa al IRONMAN fue muy dura. Mis dolores de
cadera se debían a una sobrecarga del glúteo y del recto. Con la ayuda del
trauma y de un fisioterapeuta, intentamos conseguir que pudiera llegar al día
de la competición con el menor dolor posible. Una sesión de fisioterapia e
inyecciones diarias de vitamina B para relajar la musculatura hasta el mismo
día del IRONMAN me ayudaron. Reduje el nivel de entrenamiento de la semana
previa a prácticamente descansar. Y no llegué sin dolor, pero la situación era
mucho mejor. Eso si, llegaba con un temor añadido, y era como respondería mi
cadera durante todo el día de la competición. Si ya me dolía simplemente al
girarme en la cama, ¿cómo iba a conseguir nadar 4 kilómetros, ir en bicicleta
180 kilómetros y correr 42 y encima a un nivel de intensidad medio-alto?
Sinceramente, estaba cagado de miedo. Después de más de medio año de mucho
trabajo, de sacrificio personal y familiar, económico … ¿cómo podía irse
todo al garete por un dolor cinco días antes del IRONMAN? Era algo que me quitó
el sueño cada día hasta el mismo momento de saltar al agua el domingo.
Así llegué al viernes donde comenzó la fiesta de los atletas en Calella. Era el día de la pasta party. Con Jordi y Eric, mis compañeros de batallas deportivas y amigos inseparables, fuimos a disfrutar del ambiente y a recoger mi dorsal. Ahí empezó el fin de semana de la competición. El ambiente era increíble. Atletas de más de 60 países, Sudáfrica, Israel, Uruguay, USA, Australia … con especial mención a México que con más de 150 atletas, no solo era uno de los países que más atletas concentró sino que con su simpatía y alegría nos contagió a todos de las ganas por que llegara cuanto antes el momento de saltar al agua. Disfrutamos de la presentación de la organización, de la cena de bienvenida y de la compañía del resto de los atletas que en un ambiente muy internacional, te hacía sentir parte de algo muy grande.
Así llegué al viernes donde comenzó la fiesta de los atletas en Calella. Era el día de la pasta party. Con Jordi y Eric, mis compañeros de batallas deportivas y amigos inseparables, fuimos a disfrutar del ambiente y a recoger mi dorsal. Ahí empezó el fin de semana de la competición. El ambiente era increíble. Atletas de más de 60 países, Sudáfrica, Israel, Uruguay, USA, Australia … con especial mención a México que con más de 150 atletas, no solo era uno de los países que más atletas concentró sino que con su simpatía y alegría nos contagió a todos de las ganas por que llegara cuanto antes el momento de saltar al agua. Disfrutamos de la presentación de la organización, de la cena de bienvenida y de la compañía del resto de los atletas que en un ambiente muy internacional, te hacía sentir parte de algo muy grande.
Esa noche regresamos a casa y no sería hasta el día
siguiente, el sábado, que no volvería a Calella con Elisenda, mi mujer, ya para
quedarnos todo el fin de semana. Al llegar a Calella, lo primero fue dejar las
cosas en el hotel. Descargamos bolsas, bicicleta y fuimos a ver el ambiente de
la Expo del Ironman y asistir al briefing de la organización donde nos
explicarían los puntos más relevantes a tener en cuenta durante la competición.
Y además, durante la mañana del sábado viví uno de los
momentos más especiales del fin de semana. La televisión del Maresme, que era
quien de forma oficial retransmitía el evento y enviaba la señal a la organización de IRONMAN para
que esta a su vez la ofreciera en streaming para todo el mundo, querían hacerme
una entrevista. Habían visto este blog y estaban interesados en mi historia,
en mi motivación para hacer el IRONMAN, y en cómo mi padre era el motor
principal de esta aventura. Fue toda una experiencia. Muy bonita. Estaré
siempre agradecido a Marta Mestre y al resto de sus compañeros de televisión
del Maresme por hacerme vivir una experiencia tan interesante. No hizo más que
hacer más grande aún lo que iba a vivir.
Tras el briefing, paseo por la zona de llegada, visita al
arco de meta y a comer. Debíamos dejar la bicicleta en boxes entre las 14:30 y
las 18:30. Al acabar de comer fuimos al hotel a preparar las bolsas que había
que dejar junto con la bici en la zona de transiciones. Antes de dejar la
bicicleta quise ir a dar una vuelta con ella para probarla y asegurarme que
todo estaba correcto… pero no lo estaba. La idea era ir de Calella a Sant Pol y
volver. Apenas 10 kilómetros para probar frenos, cambios, neumáticos… y al llegar a Sant Pol, dar media vuelta
y regresar dirección Calella, algo pasó con mi cambio. En una subida, al intentar
bajar de piñón, el cambio se me bloqueó. Y comenzó el desastre. La maneta de
cambio apenas se movía, y aunque lo hiciera, tampoco me cambiaba de piñón. Algo
pasaba. No me lo podía creer. Quedaban poco más de dos horas para cerrar boxes
y estaba a 4 kilómetros de Calella con el cambio roto y sin saber qué hacer.
Intenté mantener la calma y pensar qué hacer porque no tenía mucho margen de
tiempo. Por suerte, la organización tenía puntos de asistencia donde ayudaban a
los atletas si tenían algún problema con las bicicletas. Como pude, no sin
problemas, me dirigí al punto que había de asistencia cerca de la meta. Tardé
como unos veinte minutos y al llegar… había dos personas delante de mi.
Comenzaba a desesperarme. Pasaban los minutos y seguía sin creerme que esto me
estuviera pasando a mi. Finalmente, y a poco más de una hora de cerrar boxes,
sobre las cinco de la tarde, el mecánico me cogió la bici. El diagnóstico era claro. Rotura del cable del cambio. De entrada respiré tranquilo. Parecía algo
sencillo de arreglar. Aún estaría a tiempo de dejar la bicicleta en boxes… pero
el destino quería seguir teniéndome en vilo… Resulta que el cable se rompió por
el peor de los sitios, cerca del tope del cable que se mete en la maneta, y lo
que al principio parecía coser y cantar se convirtió en una batalla entre el
mecánico y mi bicicleta. Sin entrar en detalles, hubo un momento en que el
mecánico se veía incapaz de sacar un trozo de cable del interior del mecanismo,
lo cual impedía poner el cable nuevo y arreglar el cambio. Ahí me vi fuera.
Quedaban 30 minutos y solo un milagro podría arreglar aquello. Pensar que todo
el trabajo de siete meses podía irse al traste por un cable de 2 euros me
parecía una broma de mal gusto. Pero así era. Y justo cuando todo parecía
perdido, cuando ya empezaba a asumir que este fin de semana no sería el de mi
debut en un IRONMAN, el puñetero trozo de cable roto saltó de la maneta. ¡No me
lo podía creer! Le cambió la cara incluso al mecánico. Y a partir de ahí, el
sol salió en Calella… En menos de cinco minutos tenía la bicicleta arreglada.
Nunca podré agradecer suficientemente el esfuerzo que hizo aquel hombre en mi
bicicleta.
Con la bicicleta arreglada, salí disparado hacia el hotel
para recoger las bolsas y llevarlas con la bicicleta a boxes. Me quedaban
apenas 30 minutos. Al llegar al hotel, Elisenda me esperaba pensando que me
había pasado algo en la carretera. La pobre me esperaba en quince minutos.
Tardé hora y media.
Suerte que tenía todo preparado. Cogía las bolsas, un beso a mi mujer y como alma que lleva el diablo salí disparado hacia boxes. Solo eran
un par de kilómetros, si llegaban, pero se me hicieron eternos. Entraba en el
campo de futbol de Calella a las 18:10. Con solo veinte minutos antes del
cierre de boxes. Pero allí estaba. Feliz. No podría describirlo de otra manera.
Hubiera sido muy cruel no poder participar por un problema mecánico del última hora. Lo positivo es que me ocurrió el sábado. Si no hubiera probado la
bicicleta, me hubiera ocurrido seguro nada más comenzar con la bicicleta el día
del IRONMAN… y eso si hubiera sido un desastre.
Así entré en boxes, con el susto aún en el cuerpo pero muy
contento. Disfruté de la liturgia de dejar la bici en la percha, cubrirla con
la bolsa de plástico para protegerla de la humedad de la noche y de colgar las
bolsas de las transiciones en la carpa de transición.
Tras ello, recogí a Elisenda y nos fuimos a cenar. El
ambiente en Calella era increíble. Toda Calella estaba invadida de los atletas
y de sus familiares y amigos. Las tiendas engalanadas con banderas con el
logotipo del IRONMAN. Los atletas con las mochilas, camisetas, sudaderas de
la prueba... Miraras donde miraras tenías claro a qué habías ido a Calella ese fin
de semana. Y así, con un buen plato de pasta en el cuerpo y la compañía de la
persona más maravillosa del mundo, acabó el día.
En el hotel, dejé todo preparado para el día siguiente, me
di un baño de agua bien caliente para intentar relajarme y puse el despertador
a las 6 am… y a dormir.
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